En marzo del año 1986 entré en el Cuerpo de la Policía Local de Valencia. Tenía 23 años y me había costado mucho esfuerzo acceder a esta oposición, pero lo había conseguido.
Desde ese año hasta el 1991, estuve desempeñando todo tipo de servicios en turnos de mañana, tarde y noche, festivos y fines de semana incluidos, en tareas de tráfico, seguridad ciudadana, control de venta ambulante en mercados, etc., todo ello con gran satisfacción, por mi parte y por la de mis mandos.
Cuando cumplí 30 años, en 1991, al quedarme embarazada de mi primer hijo pasé a prestar servicio en la Sala del 092, con la finalidad, como a cualquier compañera que le ocurría, de preservar la integridad del feto de los riesgos de trabajar en la calle. Aunque ese fue el principal motivo del nuevo destino ya por entonces adolecía dolencias en las cervicales.
Estas dolencias se fueron acrecentando y extendiendo, en los años posteriores, a todo el cuerpo, debido en gran medida al estrés que genera este departamento, con continuas llamadas de teléfono, coordinación de efectivos, atención constante de urgencias, etc., hasta el año 2003, en el que una baja laboral motivada por ello se prolongó por un año entero, por lo que el médico del Gabinete de Medicina Laboral de la Policía Local aconsejó a mis superiores el traslado a otro destino más tranquilo, al creer que era el citado estrés de la Sala del 092, el que producía tantos dolores y desarreglos en mi cuerpo.
Es en ese año, 2003, cuando empecé en el Departamento de Informes de la Policía Local de Valencia, en turno de mañana y descansando todos los fines de semana y festivos, un “chollo” de destino, ansiado por muchos compañeros, y en el que creía que iba a poder sobrellevar mis dolores. Pero no. Éstos iban a más, y por todo el cuerpo, con lo que decidimos, el Cuerpo médico y yo, realizar todas las pruebas convenientes para saber qué me estaba pasando. Fue así como me diagnosticaron la terrible enfermedad que padezco: FIBROMIALGIA.
Empecé a malvivir con ella. Fue muy desagradable saber, por fin, la causa de mis dolores constantes. Mi marido tuvo que cambiar de puesto de trabajo, sacrificando el que más le gustaba, para ajustar su horario al mío. Me llevaba y me recogía del trabajo al no poder, ni siquiera, conducir yo.
Levantarme por las mañanas me costaba, y me cuesta, muchísimo. Engarrotada, poco a poco, con la ducha diaria intentaba quitar el entumecimiento de mi cuerpo, en el mejor de los casos, pues a esto hay que añadirle el dolor de cervicales, la menstruación casi constante, dolor de piernas y cadera, o haber podido dormir algo esa noche, las menos. Nunca se sabe, da miedo acostarse cualquier noche.
Cuando llegaba al trabajo tenía muchísimo sueño, estaba agotada antes de empezar la jornada, o llegaba atiborrada de pastillas, “drogada”, para poder aguantar unas horas, que no toda la jornada. Así pues, no podía concentrarme, me bloqueaba, los nervios podían conmigo al ver que no retenía cifras o números de teléfono, extensiones e, incluso, los nombres de algunos compañeros a los que conocía desde hace años, ¡desesperante! Tenía que consultar constantemente a mis compañeros cosas que ya sabía, con el consiguiente malestar por no poder hacer ellos tampoco su trabajo. A esto había que añadirle las persistentes idas y venidas al cuarto de baño por la sensación de cistitis o problemas gastrointestinales producidos por el cólon irritable, sintomatología de la Fibromialgia.
Cuando me llegaba la ovulación, me acompañaban los dolores de cervicales agudos, de mandíbula, dolor que llega a inflamarme las encías y muelas, hasta la lengua. Y esto no se va con más medicación, sólo queda esperar y esperar. Por que se que al final se va, porque si no haría una barbaridad.
Empezaron entonces las faltas de 2 o 3 días, los P10. Pero con ese tiempo no conseguía mejorar. A penas levantaba un poco la cabeza, ¡zas!, otra vez a trabajar, otra vez la confusión y otra vez la decepción, otra vez el dolor. Seguía malviviendo.
Y así llegamos hasta hoy, después de estar de baja laboral, solo ha cambiado que estoy en mi casa y nadie me ve. Si no fuera por mis hijos no me levantaría de la cama la mayoría de días, todo me da igual. Creo, sinceramente, que le haría un favor a mi marido, para que él pudiera llevar una vida normal, si desapareciera de este mundo.
Cuando los médicos me pautan una nueva medicación, el primer día me hace efecto, pero mi cuerpo se va habituando progresivamente a ella y al poco tiempo no sirve para nada.
El día que me baja el umbral de dolor mi cuerpo está tan cansado que no puedo mover un músculo, no me responde. Planes, ya no existen. Un ejemplo, tener que ir a Carrefour me da miedo. Me llevo toda la medicación pero hay momentos que las piernas se me quedan sin energía y mi mente no puede tomar decisiones. Es angustioso. Vuelvo hasta el coche cogida de mi marido o de alguien para poder llegar, arrastrando los pies. Así, ya llevo más de dos años haciendo la compra por teléfono en Mercadona para que me la traigan a casa.
Un día que estaba en casa cosiendo los plastones de los uniformes de mis hijos, (sólo fueron 7 plastones), al día siguiente me desperté con las manos encogidas, en forma de garra como un animal y con un intenso dolor. O los vasos de mi casa, ya no queda ningún juego que tenga más de dos iguales, se me caen de las manos constantemente.
Pienso que si no estuviera ya aquí sería mejor para todos. Mi marido se casó con una mujer llena de inquietudes y alegría, siempre era yo la que hacía los planes y tiraba para adelante, y ahora, soy una carga para todos. Mis hijos necesitan una madre que les ayude y oriente. Hago un esfuerzo sobrehumano, todos los días, para que no me vean mal, y aún así se ríen de palabras que ya no me salen coordinadas, desbaratadas, sin sentido, para ellos es divertido, para mi un sin vivir. Esto no me gusta nada, esto no es vida.
El motor son mis hijos. Creo que a mi marido le haría un favor si decidiera hacer otra cosa…, pero no puedo, mis hijos son mi vida, los quiero a todos, a mi marido también, cada vez me doy más cuenta de lo que él me quiere a mi, si no ¿cómo podría soportar esta VIDA?.
La regla de la interpretación restrictiva de la declaración de Incapacidades habitualmente choca frontalmente contra las humanas expectativas de los enfermos y los intereses a corto plazo de los mismos y contra los intereses a cualquier plazo de las Empresas en su deseo de no asumir los déficits de productividad y absentismo laboral, ha de ser especialmente ratificada ante esta suerte de padecimientos.
Por razones jurídicas, ya que la declaración de Incapacidad limita el patrimonio jurídico de la persona al limitar o incluso negar el derecho constitucional al trabajo, lo que determina una estricta comprobación de la razón determinadora de tales restricciones personales. Pero también por razones económicas, ante los bajísimos niveles prestacionales de nuestro Régimen de Seguridad Social y la permanente crisis del Sistema de pensiones. Pero ello no debe determinar la desprotección de quienes se ven en la situación protegida. Es decir, no se pueden imponer determinadas técnicas de constatación.
En el presente caso, acreditado su carácter grave, así como el resto de las lesiones, se reconoce tras un largo proceso administrativo y judicial, existe una capacidad laboral, notablemente mermada como consecuencia de la incidencia de todas las patologías físicas y psíquicas en su conjunto lesional y se declaró por Sentencia, que estaba afecta de incapacidad permanente absoluta para todo tipo de trabajo.